viernes, 4 de febrero de 2011

LA CRISIS COMO MOMENTO DE LA DOMINACIÓN SOCIAL




Una de las consecuencias más nefastas de la consolidación del discurso sobre «la crisis económica», es la reaparición del izquierdismo, que viene a entonar un coro que suena más o menos a «ya lo habíamos dicho nosotros: el capitalismo se hunde por sí mismo, y ahora es nuestro turno» . Es evidente que sus proclamas y su concepción de la crisis financiera como estadio pre-revolucionario están a años luz de una realidad en que la conflictividad social en los países más afectados por la recesión está totalmente contenida.

Pero esta separación de la realidad no es nada nuevo para unas gramáticas revolucionarias que perdieron el sujeto y que viven hace tiempo en el fantástico mundo de la Doctrina Verdadera. Por eso, para ellos, el discurso de la crisis se presenta como una oportunidad de anclar su retórica desgastada al nuevo concepto-fetiche, y se descuelgan con eslóganes tan carentes de sentido como «la crisis que la paguen los ricos». Consolidando, por omisión, la idea de que antes de este pretendido cataclismo había algo parecido a una sociedad en pleno ascenso a la felicidad perpetua. Que las clases trabajadoras, en su bondad innata, no participaron del festín de diez años que preparó lo que hoy se nos dice es el final del capitalismo.

Como telón de fondo a sus soflamas ideológicas, se encuentra la llamada a un fortalecimiento del Estado en su papel de garante de una economía real y productiva frente a la malvada economía especulativa y financiera. Y de ahí que cualquier parecido de la realidad con sus análisis del capitalismo sea pura coincidencia. En lugar de aclarar nada, se encargan de oscurecer todo lo posible la verdad de las cosas y ofrecer sus explicaciones simplistas que encajan perfectamente en la teleología que inspira sus doctrinas. Lo peor es que estas proclamas autodenominadas «anti-capitalistas», están destinadas a ser escuchadas por aquellos que apuestan por una reforzada intervención estatal en los asuntos públicos como forma de reactivar la economía. Que el mayor desvelo de economistas autodenominados libertarios -los citaremos después- sea invertir la tendencia a la caída del PIB, da la medida de en qué punto se encuentra la crítica social.

De modo que nos podemos encontrar en ámbitos que reclaman su pureza libertaria con un anti-capitalismo parlamentarista y estatista, con una fuerte creencia en la posibilidad de recuperar la productividad perdida a través de una reedición del keynesianismo combinada con la autogestión asamblearia del aparato productivo. Cualquiera de sus «propuestas» puede tener eco hasta en los más enconados tecnócratas y expertos, siempre prestos a extender sus recetas económicas que, desde los foros alter-globalizadores, llevan tiempo discutiéndose. Todo parece indicarles que, ahora sí, ha llegado su momento y pueden pasar a formar parte de ese gabinete de crisis global.

El coro llegará a decirnos que, quienes sostenían hasta hace poco este sistema, se han convertido en «anti-sistema» por la fuerza de los hechos, y que, a partir de ahora, todos deberemos serlo porque no nos quedará más remedio.



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