Jue, 10/06/2010 - 11:05 — sov-madrid
El gancho al hígado de la cirrosis tumbó a Wanas a la edad de 43 años. Embarcado en la CNT desde su época de estudiante adolescente en Salamanca, Wanas desarrolló la mayor parte de su militancia en el Sindicato de Artes Gráficas de Madrid. Destacó en el diseño gráfico combativo y tenía un talento singular para acuñar frases e imágenes revolucionarias cargadas de ingenio.
Conservo de Wanas uno de sus últimos carteles –contra la reforma laboral de 2006–, en el que un peón aparece en jaque al rey y sobre el tablero de ajedrez se lee: «nos toca mover» y una pegatina, aquella en la que debajo de un ramo de flores a punto de estallar se lee: «Floristería Mateo Morral, proveedores de la Casa Real desde 1906». Este carácter humorístico y creativo estaba presente en todas las facetas de la lucha anarquista y anarcosindicalista de Wanas, ya fuera para corear el nuevo lema de una concentración o para encontrar una forma original de acción directa.
No transfirió sus responsabilidades a nadie y acató los pactos asociacionistas que libremente suscribió, especialmente los relativos a la solidaridad y al apoyo mutuo, en los que fue generoso. Fuera de eso, no conozco valor, uso o costumbre que no intentara descarrilar. Iconoclasta crónico y polemista empedernido, Wanas contradijo todos los manuales de estilo y códigos de buena conducta establecidos. La actitud de Wanas ante el orden moral burgués se condensa en una anécdota. Paseaban Wanas y su amigo Rodri por una playa y Wanas notó que una mujer le clavaba las pupilas, reprobándole con la mirada el hecho de que fuera el único individuo desnudo entre una multitud en bañador. Al pasar cerca de ella, Wanas le indicó tranquilamente: «el pecado no está en mi cuerpo, señora, está en sus ojos». De la misma manera se manejó Wanas en cualquier otra situación en que le señalaron por subvertir una convención social: con la dignidad y la determinación del único tipo desnudo en la sala.
Wanas deja una autobiografía no escrita, unas memorias de tradición oral que los testigos o cómplices de sus andanzas no nos cansaremos de contar a quien las quiera oír. La noche en que nos burlamos de los procesionarios del cristo de los gitanos, o cómo arruinamos la ronda de unos tunos en la calle de la cruz, etc. Saboteó los calendarios oficiales pintando de rojo los días negros; rompió todos los escaparates de los horarios, los cuadrantes y los turnos; profanó la iglesia de la abstinencia y se hizo prófugo del ministerio de la sobriedad.
Wanas, un gran aficionado a las paradojas, decidió emplear una sustancia adictiva para cometer el acto final de la libertad: la elección de la propia muerte. No le compadezcáis: vivió y murió como le vino en gana, algo que probablemente no se podrá decir de la mayoría de nosotros y nosotras. No le lloréis, al menos no en exceso: Los que saben reírse de sí mismos no desean que tomemos su muerte muy en serio.
Que la tierra te sea leve, compañero del alma, compañero.
TB
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